martes, 18 de enero de 2011

Sandía y budín

Dos veces por día le tocaba. La señora del camping limpiaba los baños dos veces por día  una a la mañana bien temprano antes de que los acampantes se despertaran, y una vez más por la noche al rededor de las 11.00 o 12.00 de la noche, para cuando ya todos se hayan bañado.
El camping quedaba a orillas de un río lo que hacia que los baños se ensucien bastante y con mas frecuencia ya que la gente arrastraba en sus pasos la arena del balneario.
Rosa, así se llama la mujer en cuestión, era una mujer cordobesa de unos 53 años, con 3 hijos ya crecidos, uno arquitecto viviendo en capital, y su hija ya casada con un albañil.
Rosa tenia mucho tiempo libre. Hasta sus 40 años había trabajado de enfermera aunque el ambiente del hospital la había desanimado bastante, tanta gente enferma, verla morir... conocerla y verla morir. Eso devino en que Rosa dejara el hospital... si bien conservó la amistad de Antonia (la señora que se ocupaba de limpiar y mantener ordenados los pasillos y habitaciones del lugar), ya no volvió a relacionarse con nadie más de la institución.
Los días pasaban y ella desempleada, de vez en cuando se ganaba algún peso poniendo inyecciones a domicilio, ¡eso sí que lo disfrutaba!, sabía que tenia en ella el instrumento para hacer sentir bien a la gente.
No había días más felices que aquellos en los que tenia que visitar a un niño enfermo.
Si bien el niño estaba siempre temeroso, lloraba y pataleaba, ella sabia emplear técnicas para calmarlo, ponerle la inyección y curarlo.
Esos eran los días felices de Rosa, que "¡por desgracia y gracias a Dios!" escaseaban.
Claro está que no quería que los niños enfermen, pero si eso sucedía ...¡contenta estaba de dar un buen pinchazo!. Así que si no había trabajo, se lamentaba por ella, pero agradecía que la salud exista en esos niños y en todas las personas en general.
Si, como dije... La gente enferma escaseaba y el pan en la mesa de Rosa también.
Nora, la vecina, entre mate y mate le comentó que en el camping de su concuñada estaban necesitando alguien para tareas varias y que si le interesaba le averiguaba por el puestito.
Rosa arregló con la concuñada de Nora y a los 3 días ya estaba trabajando.
El lugar era grande, apacible, lleno de verde y por sobre todo con muchos niños, adolescentes, familias y gente de la ciudad que iba a pasar la jornada ya que también el lugar disponía de parrillas, bancos y mesitas para una estadía a la orilla del río.
Lo que mas la contentaba a Rosa eran "los mochileros", la gente que venia de otras ciudades, provincias del país y mucho mejor si eran de otros países. ¡Qué feliz estaba con los viajeros!.
Siempre quiso  recorrer el mundo pero la vida que llevó no la dejó, o ella no se animó (siempre se lo preguntaba).
Con los viajeros  podía conocer todo el mundo sin moverse de Córdoba, sin moverse del camping. Ellos le mostraban fotos, le contaban de dónde venían y hacia dónde irían.
De vez en cuando sucedía que alguno de ellos quedaba sin dinero y Rosa le cedía el patio de su casa para acampar y más de una vez el agradecimiento volvía  en forma de postal contando desde alguna parte del mundo como iba el viaje y lo agradecida que se sentía esa persona por la ayuda recibida. Esos eran los días en que Rosa comparaba en felicidad con los días en que sanaba a algún niño.
Y así pasaba los días en el camping, viajando sin viajar, conociendo muchísimas personas, muchísimas historias y sentía que podía ser parte de las historias de esos viajeros, Que esos viajeros hablen de ella por el mundo, eso quería... que de alguna manera esa sea su forma de viajar, llegando a los oídos de algún italiano, chileno o jujeño, no importaba dónde... pero eso la hacía feliz.
Ya los pasillos del hospital se desdibujaban de su memoria y se iban cambiando por pasillos de pasto con paredes de verdes enredaderas, libustrinas y sauces. Las habitaciones ya no eran blancas y frías  sino que eran redonditas y coloridas como las carpas iglú o triangulares como las canadienses y las personas no se quejaban en absoluto mas que por no encontrar las cosas en el desorden.
Raro era ese quejido, de repente le vino un recuerdo, un flashback del hospital.
Era una persona quejándose de dolor.
Por instinto de enfermera o por instinto humano Rosa corrió hasta llegar a un fogón dónde vio como Roberto tenia la mano al rojo vivo de sangre.
Después de haberle practicado primeros auxilios y así curarle la herida, Roberto le explicó que se llamaba Roberto y que el accidente sucedió al haber querido cortar una sandía.
Roberto-: ¡Es que se me patinó de la mesa y me di el cuchillo en el medio de la palma, qué desgracia!.
Rosa-: ¡No se preocupe, soy enfermera, me doy cuenta que no se cortó ningún tendón por suerte!... aunque tendría que asegurarse en el hospital, yo lo puedo acompañar.
Así fue como Rosa lo acompañó, así fue como a Roberto le dieron un trato especial por ir con ella.
Roberto no tenía mas que palabras de agradecimiento para con Rosa, pero tampoco tenía mas dinero para quedarse en el camping y con la mano en ese estado no podía manejar.
El tenía que seguir yendo al hospital ya que le habían suturado la herida con 5 puntos.
Una vez mas Rosa no dudó y dejó que se quede en su casa, sólo que no permitió que duerma en carpa ya que la herida podría infectarse con tierra, suciedad, etc.
Desplegó el sillón/cama ( no lo había abierto desde que su ex marido se había ido a vivir con la familia paralela que tenia. Norberto, su ex marido, era camionero y para el día del cumpleaños número 49 de Rosa... un 9 de agosto, se mandó a mudar no sin antes vomitar toda la verdad dejándola devastada.)
La verdad era que hacía 3 años que no tenían sexo, la verdad era que Rosa era la que dormía en el sillón/cama y la verdad era que después de tanto dolor entendió que fue lo mejor para ella que Norber se haya ido.
Entre mates le explico que podía quedarse cuanto quisiera, que ella iba a ayudaralo con la higiene de la herida y que no tenia nada por que preocuparse.
Y así pasaron dos semanas. Roberto la esperaba con el mate por las tardes cuando volvía de trabajar, miraban la novela y a las 6.00 de la tarde la despedía ya que Rosa trabajaba turno cortado.
Los dos fueron formando una rutina en la que les funcionaba de maravilla y entonces cuando Rosa día tras día le higienizaba la herida, se sentía feliz por ayudarlo, por sanarlo al " Rober", como ya le decía con más confianza. Había una amistad, había un compañerismo entre ella y ese acampante de 55 años, tucumano y peronista. Pero le pasaba como con los niños, se ponía contenta de que esté sano, de que vaya sanando, pero ya le había tomado mucho cariño a la rutina que habían formado, se sentía acompañada, se sentía feliz y ahí se dio cuenta que se debía a el.
Rober no lo decía pero Rosa sentía que a él le pasaba lo mismo.
Cada día que pasaba, la palma de la mano estaba mas saludable y eso provocaba un gusto agridulce entre los dos.
Rosa se volvía más distante, ya no volvía todas las tardes por los mates con Rober. Si todo estaba limpio en el camping, se inventaba trabajitos o hacía cositas sencillas que la hicieran sentir mejor, como por ejemplo poner clavos en las paredes de las duchas para que los acampantes tengan mayor comodidad al colgar las prendas.
La cuñada de Norma, la dueña del camping siempre protestaba por esos clavos y los sacaba. Pensaba que los acampantes los clavaban. A Rosa le producía mucha risa por dentro cuando escuchaba esas quejas.
Ya habían pasado mas de dos semanas para cuando una tarde volvió a su casa para tomar mates con Rober  (podía evitar los mates algunos días pero no todos, lo extrañaba mucho cuando en el camping no había demasiado por hacer).
Esa tarde regresó con un budín de la panadería de la esquina, uno de naranja.
Rober la recibió contento y hablaron del progreso de la cicatrización de la herida con palabras de alegría pero con un tono triste.
Así fue que Rober fue a buscar un cuchillo para cortar el budín, así fue que Rober se cortó "sin querer" la palma de su mano sana.